English | French | Spanish | Russian
FAQ | Asóciate | Contacta

Razones de un viaje

Razones de un viaje

Me llamaron Héctor al nacer. Hace casi 52 años de aquello. Me gustan las historias: leerlas, escucharlas, vivirlas, contarlas, escribirlas. Si lo pienso bien, toda mi vida he vivido del cuento. Leyendo, escuchando, viendo cuentos, aprendiendo de ellos. Pero sobre todo, inventando cuentos en mi cabeza, descubriendo pequeñas historias en las cosas que pasaban sin apenas ruido y escribiéndolas o contándolas luego. Imaginando cuentos que a veces contaba y las más se enredaban a mi piel para luego contarse solos durante el sueño. Esos sueños que, durante mi vida de llamarme Héctor, a veces se transformaban en historias cerradas, en palabras escritas que algunos hacían suyos. Con los años, sin seguir casi nunca más norte que los azares y mi propio instinto, llegué a hacer de este afán mi profesión. Durante su ejercicio, acabé comprendiendo que por más interesantes que me parecieran «mis» historias, las mejores siempre estaban por contarse o esperaban ser escuchadas: agazapadas, encerradas en la memoria de otras personas, escritas, filmadas o cantadas en papeles olvidados, cifradas en imágenes codificadas, enraizadas en memorias antiguas o atrapadas en melodías viejas como el tiempo, melodías que las portaban cubriéndolas de corazón, y las llevaban aquí y allá, como el viento arrastra el polen y las semillas para que puedan germinar en otros oídos, en otro corazón. En otro tiempo.

IMG_7907s

En poco más de 24 horas marcharé a un largo viaje para escuchar viejas historias junto a un buen y viejo amigo, colega y compañero de profesión, pero más preciso en el arte de las imágenes -fotografiadas, filmadas o dibujadas- al que bautizaron Sergio hace menos años que a mí. Siempre nos entendimos bien cuando hicimos equipo, aunque jamás nos planteamos dar un salto tan enorme. Muy desencantados con la sociedad en la que nos ha tocado vivir, y bastante más con los derroteros que el ejercicio de nuestra profesión fue tomando en los últimos años, asqueados de la absurda competitividad en la que han transformado todo trabajo digno los jerarcas del miedo. Hastiados de eso que llamaban periodismo y que en las más de las ocasiones se ha transformado en un mero ejercicio de ilusión y propaganda. Ambos vamos a lugares donde apenas hablan nuestro idioma, pero se nos entiende. A un pedazo de tierra diseminada por las orillas del Gran Río que riega el continente americano y que aún hace que la Tierra toda respire. Vamos a la tierra de los indios shipibo-konibo-xetebo, uno de los pueblos amazónicos más singulares y enigmáticos de toda esa enorme extensión de tierra. Uno de los pueblos que fueron milenariamente guardianes de la selva, aprendices de sus secretos profundos. Gente que cantaba con la voz de los pájaros, los jaguares, las anacondas y las plantas. Sobre todo de las plantas. Porque las plantas no sólo dan fruto, alimento, remedio y sombra. Las plantas tienen voz. Una voz tan profunda o elevada que los hombres no podemos escuchar hasta que ellas deciden contarlas y cantarlas de forma sutil y misteriosa. Cuando abrimos nuestro corazón, cuando las plantas abren nuestro corazón, empezamos a entender algo de su misteriosa vibración. Los shipibo, como tantos pueblos amazónicos, son maestros ancestrales en el arte de escuchar a la naturaleza. Por eso la respetan y la cuidan. Por eso son Uno con Ella. Por eso tienen tanto que contar.

Como todos sabemos, la mayoría de los pueblos amazónicos han sido desterrados de sus tierras, confinados a pequeñas parcelas o engañados en tratos con el Hombre Blanco que ya olvidó hace muchísimos siglos cómo escuchar a la naturaleza, cómo escuchar lo que el agua dice, lo que el viento avisa, lo que saben las altas lianas que escalan para alcanzar el sol. La gran mayoría sobrevive en un mundo globalizado que consume todo lo que le rodea como un depredador enloquecido, olvidando poco a poco lo que son. Olvidando poco a poco su lengua que surgió del corazón de las plantas, del canto de los pájaros, del rumor del agua, del chocar del mineral, del estruendo de las tormentas, del profundo latir del corazón unísono. Unos cuantos dólares de miseria compensatoria y licencia legal para seguir arrasando bosques y contaminando ríos. Una nada sutil manera de exterminio: no les sirven estos guardianes al Sistema Voraz. Ellos no consumen. No son esclavos. Ellos respetan y aman lo que a nuestro apetito insaciable nos estorba. Deben ser exterminados.

Pero los shipibo no van a dejar que eso ocurra tan fácilmente. Armados de una fe inquebrantable y aleccionados por algunos maestros que aún guardan el lenguaje de los espíritus de la selva han decidido plantar cara y crear sus propios recursos, asumiendo en parte las reglas del juego de la economía global, para que logre permanecer toda la selva que puedan mantener y su sabiduría ancestral: el arte de leer el futuro en el cigarro; el arte de preparar y combinar plantas para curar cualquier mal; el arte de cantar con la voz y la vibración de la selva y de lograr que los espíritus que están más allá del tiempo y el espacio, hablen de lo que Fue y Será. El arte de aprender de lo que se te revela a través del sueño y las visiones. El arte de convertir eso en un hermoso diseño que, aunque en apariencia abstracto, es un pentagrama de historias y memorias: el arte del kené… El arte de cuidarse unos a otros. El arte de ser hombres libres. Y el arte de saber lo esencial: que ser un hombre libre no significa ser propietario de nada. Ser no es poseer.

IMG_7547s

En nuestro viaje a las comunidades shipibo del Perú a través de las tierras regadas y nombradas por el río Ucayali, río que da origen al Amazonas, a algunos centros donde se trabaja con plantas amazónicas, a ciudades al pie de la selva, a los futuros centros comunitarios de recursos económicos que pretenden construir y a barrios periféricos de la capital donde marcharon emigrantes, escucharemos a personas, hablaremos con ellas, grabaremos sus voces y sus rostros para intentar transmitir, aunque sea en una ínfima parte, el espíritu de un pueblo que resiste a verse devorado por la Gran Civilización del Capital la Guerra y las Corporaciones como fueron hace milenios absorbidos y arrasados los pueblos de nuestros antepasados. Vamos, además, como emisarios de una Asociación, la Asociación Coshicox de Ayuda al Pueblo Shipibo-Konibo-Xetebo, que pretende conseguir recursos económicos y humanos suficientes para poder llevar a cabo su proyecto de autosuficiencia económica en varias fases. Es un hermoso proyecto. Si quieres perder algo de tu tiempo informándote, gánalo por aquí:

No sé aún bien por qué fui elegido para esta misión. Porque como tal me tomo este viaje. Una, ahora buena amiga, maestra de preescolar de Alicante, una joven mujer española sabia que lleva años conviviendo y trabajando con los shipibo, decidió que yo era la persona adecuada para transmitir la voz de estos hombres. Y yo, que he sido siempre bastante reacio a obedecer órdenes, asumí esta responsabilidad. Ya había viajado varias veces en los últimos años a ese país único, diverso, ancestral, mágico y fascinante que es Perú, acercándome cada vez un poco más al corazón de la selva, al siseo de la anaconda. Y algo debía devolver de lo tanto aprendido. Así que dije sí. No sin debate, no sin diálogo. Y ahora me parece una de las decisiones más sabias de mi vida. Aún no sé bien qué va a suceder. Y eso me gusta. No sé si estaré a la altura. Ojalá. Contar la historia de otra persona es siempre una responsabilidad. Cuando hablamos de un pueblo tan sabio, de lengua, ecosistema y costumbres tan diferentes a las tuyas, la responsabilidad se multiplica hasta el infinito. ¿Cómo se cuenta la Historia de un pueblo que habla como los árboles, los pájaros y como el agua? ¿Cómo lograr que ese relato abra el corazón de mis compatriotas para que consideren que ayudar a gentes tan remotas para nuestras vidas sea un esfuerzo que merece la pena?
Seguramente, escuchando. Recibiendo. Aprendiendo. Y compartiendo luego lo vivido. Un Gran Maestro chamán shipibo, Guillermo Arévalo, me dijo hace un año que su única recomendación ante la vida, lo que entenderíamos como única ley o mandamiento era así de sencillo: «recibe, aprende y comparte». Es sencillo. Pero nada simple. No es fácil hacer profunda y sinceramente ninguna de esas cosas.

IMG_7479s

Sergio y yo vamos a compartir con los que quieran seguirnos este viaje. Algunos días no habrá palabras y sí una alguna imagen. Otros reiremos con el anecdotario, que ya saben los que me conocen que me gusta combinar humor, rigor y emoción en mis escritos. Y los shipibo son gente que se ríe mucho. Probablemente, los mayores clowns de este viaje seamos Sergio y yo. Dos gringos perdidos -es un decir- en la selva. Yo me encomiendo todas las noches a San Aután o a Fray Relec porque sé que mi piel va a ser un campo de pruebas de las Operaciones Especiales de la Armada Díptera, Himenóptera y Arácnida Amazónica. En fin, dicen que no hay buen viaje sin alguna cicatriz.
Con los shipibo y sus plantas he aprendido que el Tiempo se mueve como una espiral y que todo lo que ha sido, es y será, está siendo simultánea y eternamente. Hace ya más de diez años escribí una suerte de poemas sobre un viaje que yo creía meramente simbólico y que ahora releo como una suerte de aviso a mí mismo pasada una década. Porque las conexiones y las serendipidades funcionan cuando entras en la órbita lógica y espiritual de estos Hombres Mono (shipibos) y estos Hombres Anguila (konibo) que aún son capaces de escuchar la voz del origen del mundo. Ahí me dejo, a mí mismo, recordándome qué debo hacer para iniciar esta travesía.

IMG_7896s

 

TRAVESÍA (Fragmentos de un deseo)

En el equipaje:
una manta de lealtad
y confianza.
La que no da asco.

Y un botiquín de últimos socorros
para los que llegan tarde.
Dentro, un arsenal de drogas prohibidas por los jerarcas del miedo.

Reglamento para evitar mareos:
prescindir del uniforme. La ilusión del poder se sube a la cabeza.
Se acaba navegando en miseria disfrazada: el uno nunca es otro.

Reza al menos una sentencia de vida:
Lo que teme el miserable es la riqueza sin dueño.

Incluye un neceser de amor.
(No ocupa tanto).

Lleva un traje de recambio para las citas imposibles.
De piel dispuesta y gratuita. En silencio de la guarda.
Un calzado desnudo
para coronar la muerte con ternura.

Protégete de la cobardía con bálsamo de los animales olvidados.
Y no olvides el ángel de entretanto regalando el abrazo.

No, no te hace falta brújula, ni culpa, ni justicia.

Venga, zarpa, ya. Es bueno equivocarse.

IMG_7922s

 

Héctor Márquez

Leave a Reply